viernes, 27 de julio de 2012


ALLÍ LAS DEJO, MIRÁNDOME
No parecen del sauce ramas vivas.
De tanto mirar, sus ojos quemados
asustan a los mirlos: ya no me
cantan desde allí. Sus verdes hojas
ya no brisan mis libros cuando leo;
ni luna del sol se rompe en pedazos
cuando escribo mis versos. Una línea,
sólo una vertical línea emborrona
palabras, pensamientos de poemas
indecisos, que tímidos, ya nacen.
Así juegan conmigo. Sus acentos
me hacen soñar mis temas insalvables.
El fuerte viento canta cuando rozan
sus labios, cuando abrazan con las manos
-doloroso zigzag de su experiencia-
su acoso amurallado, entre los días.
No las corto… allí las dejo, mirándome.
Yo soy su espejo blando, cristal vivo:
su movimiento alado. Con mis besos,
las voy besando a mí mismo; sus hojas,
invisibles, allí siguen, allí,
junto a mi cesto lleno de esmeraldas.

Eulogio Díaz García

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